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Novena de Navidad

Villancicos

Día 4

Lema

Con el silencio también se construye la Paz y la Armonía

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. 

Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. 

Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada. 

Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios,  le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. 

Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso. 

Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. 

Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. 

Pero el Angel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. 

El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. 

Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto». 

Pero Zacarías dijo al Angel: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada». 

El Angel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. 

Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo». 

Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario.

Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque había quedado mudo.

Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. 

Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses.

En la sagrada Escritura el silencio envuelve el misterio de Dios que se hace visible históricamente en el acontecimiento de la Palabra hecha carne.

 

En una sociedad del ruido, de conflictos, de violencia, es muy difícil contemplar el misterio de un Dios que es armonía, paz, misericordia, reconciliación. En el ruido de una cultura de muerte el gran ausente es el diálogo que abre el entendimiento en la diversidad. En el ruido de los odios, del egoísmo, de la avaricia, del irrespeto a la creación, del abandono de la familia, la melodía de la paz, en nuestras costas Pacífica y caribeña; en las férreas montañas de las cordilleras; en los valles y llanuras, de nuestra geografía colombiana, seguirá siendo la gran desconocida. Solo en el silencio es posible escuchar al otro que me interpela con su realidad de alegrías y sufrimientos, de pobreza y de pocas posibilidades y en ese silencio se puede esperar en la promesa del Señor

“Paz a Ustedes…” (Juan 20,19).

 

El silencio de Zacarías, tiene un valor catequético: hay que acoger la Palabra de Dios sin pedir signos (Juan 20,29). Su silencio es como un reflejo y una prolongación histórica del «misterio envuelto en el silencio durante siglos eternos» (Romanos 16,26) y que comienza a manifestarse con la llegada del Mesías. El ángel, en efecto, le dice a Zacarías: «Vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas» (Lucas 1,20).

 

En el silencio destruyamos el hechizo del ruido y la confusión de los conflictos y confiemos en el Señor; la espera de la paz debe estar sostenida por la confianza en Dios.

 

En el silencio soy capaz de vivir en Paz y  Armonía.

El silencio nos conduce a la confianza en Dios

Oración para todos los días

Signo

Tener visible una señal de silencio, por ejemplo el rostro de alguien con su dedo sobre la boca, en señal de silencio.

Proclamación de la Palabra: Lucas 1,5-24

Hecho de vida

Reflexión

Compromiso

Hacer silencio para escuchar a quienes desean expresarnos algo

Villancicos

Lema

Con el silencio también se construye la Paz y la Armonía

Benignísimo Dios, Padre de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mayor prenda de tu amor, para que encarnado, y hecho nuestro hermano en las entrañas de la Virgen, naciese  en un pesebre para nuestra salvación. Te damos gracias por tan inmenso beneficio.

 

En acción de gracias te ofrecemos, Padre, nuestro deseo sincero de reconciliación y de paz, manifestado en el compromiso de cada colombiano por un trabajo conjunto que nos permita superar las diferencias; podamos respetarnos y reconocernos como hermanos.

 

Dispón nuestros corazones al perdón para no dejarnos vencer del odio y la venganza que agitan la violencia, que nos sumen en un ambiente de  desconfianza y nos desaniman  en la construcción de la paz.

Te pedimos que esta Navidad, fiesta de paz y alegría, sea para nosotros una ocasión oportuna para renovar nuestra fe y vivirla en comunidad.

 

Amén. (Se reza tres veces Gloria al Padre)

Había una aldea donde sus habitantes eran muy ruidosos, gritaban y pasaban el tiempo criticando y hablando los unos de los otros. El mago de la aldea muy enfadado hechizó aquel valle y a todos sus habitantes. El hechizo condenó al valle a permanecer enteramente en silencio. Sólo se rompería con un sonido creado por todos, un sonido que saliera de escucharse unos a otros. Fue entonces desde el silencio, cuando aprendieron a escucharse a través de las miradas y los gestos.

De este modo, todos se escuchaban y así fue como tuvieron una idea: construir una gran campana que colocarían en lo alto de la torre; así, el sonido de la campana estaría por encima del valle y podría escucharse ajeno a la maldición.

Construyeron la campana y la colocaron en lo alto de la torre. El sonido de la campana era oído por todos. Comenzaron a reír, pletóricos de alegría. Se abrazaron unos a otros y fue entonces cuando se dieron cuenta de que se estaban escuchando reír. El sonido de la campana, aquella que habían fabricado entre todos había roto el silencio del “Valle del silencio”.

Desde entonces aquel valle dejó de ser un ruidoso valle, y se convirtió en un valle del que salían las más bellas melodías.

Conferencia Episcopal de Colombia

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